viernes, 11 de julio de 2008

Mapas Mentales

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domingo, 6 de julio de 2008

MEMORIA CRÍTICA: CONSTITUCIÓN DEL SUJETO HISTÓRICO


Los sistemas escolares de América Latina reflejan una mezcla extraordinariamente ecléctica de pensamientos filosóficos y pedagógicos que, en compleja combinación, orientaron las discusiones en educación, especialmente al menos desde la generación del ochenta hasta la aparición del modelo de la Escuela Nueva en América Latina. Desde mediados del siglo XX, Latinoamérica admitió el argumento de que la educación constituye una palanca para el progreso y un bien en sí mismo. Esta proposición modernista se fortifica con los desarrollos teóricos de que no hay grandes probabilidades de avance social sin mayores y mejores niveles educativos.

En el lenguaje sociológico, a mayor educación mejor sociedad, compuesta por individuos más plenos, responsables y productivos. Pero esta propagación, diversificación y ampliación mundial de las oportunidades educativas se ha visto afectada positivamente por la expansión de los dominantes dogmáticos kantianos de la justicia social y la responsabilidad individual en la sociedad, especialmente en las distintas versiones de los estados de bienestar social. El carácter kantiano se había ya manifestado en la adopción por parte de los distintos representantes del sistema filosófico afines al idealismo. Bajo la influencia de las ciencias sociales y de las corrientes hegelianas, se dio paso del positivismo a la fenomenología, además del marxismo, como las principales orientaciones filosóficas.

Esta concepción se generó en los países de América Latina, prisioneros de las contradicciones del desarrollo latinoamericano y de sus propias lógicas del actuar burocrático, todavía relamiéndose las heridas de la crisis de la deuda externa y el déficit fiscal que se arrastra desde los ochenta, como un yugo aparentemente imposible de superar. En estas contradicciones, la teoría del capital humano considera, según Pescador (1994) que “el gasto en educación de un individuo consiste en dos componentes, uno de consumo y otro de inversión” (p.163). En última instancia, todo se basa en una teoría de la elección y la maximización de las utilidades bajo ciertas restricciones. De aquí surge entonces el poderoso concepto de las tasas de retorno a la inversión en la educación, que desde que se diseminaron en los ambientes burocráticos-educativos de América Latina han constituido una referencia ineludible en las tomas de decisiones educativas.

Por ello, a principio del siglo XXI, las ideas que animaron la formulación de política educativa y su crítica, o que tuvieron impacto, de alguna manera, en la práctica y el pensamiento pedagógico latinoamericano es la visión humanista y el desarrollo socio-crítico comunitario donde los protagonistas son todos los seres que comparten una comunidad. Este modelo hace de la experiencia y la actividad los dos pilares pedagógicos, donde se aprende haciendo, a partir de las experiencias de los individuos y de los principios de iniciativa, originalidad y cooperación que permiten liberar las potencialidades del individuo y de esta manera cambiar el orden social. Al respecto, Hinojosa y Pazmiño (2004) reseñan que los exponentes Esperanza Morán (Guatemala) y Rafael Aragón (Nicaragua), pertenecientes a la Red Social Amerindia opinan que “el cambio social y personal debe darse desde la experiencia de los pueblos con la búsqueda y organización social”.

Desde allí, el horizonte social a vislumbrar es una educación participativa y protagónica, surgiendo del análisis político y social de las condiciones de vida de los ciudadanos y de sus problemas más visibles (malnutrición, desempleo, enfermedades, entre otros), con conciencia individual y colectiva, de estas condiciones. En este sentido, las prácticas educativas en experiencias colectivas e individuales, consideran el conocimiento previo adquirido por las poblaciones, y trabaja en grupos más que sobre una base individual, porque la nueva concepción de educación está íntimamente relacionada con los participantes en un sentido de orgullo, dignidad y confianza en sí mismos, para que alcancen un nivel de transformación político y social. Para Morán citado por Hinojosa y Pazmiño (2004) “el cambio personal en los individuos permitirá en un tiempo no lejano arremeter contra las políticas neoliberales planteadas por el ‘imperialismo’, y con esas pocas familias que han arremetido con la esperanza con los ideales de nuestros pueblos”. Por ello, la Organización de Naciones Unidas, citado por Argudín (2006), señalan que la educación debe trazarse un plan para cambiar y generar la transformación social desde las siguientes fases: “Una generación con nuevos conocimientos (funciones de la investigación), la capacitación de las personas altamente calificadas (función de la educación), proporcionar servicio a la sociedad (función social), y la función ética que implica la crítica social” (p. 12)

Es allí, donde las capacidades del docente representan un papel importante como un facilitador y mediador de aprendizajes. Pues, el docente debe ser un profesional humanista e investigador social crítico, promotor del desarrollo integral y comunitario a través de la participación de las comunidades, donde la formación tiene como propósito impulsar el desarrollo integral de las comunidades, mediante la interacción continua y permanente con docentes capacitados para diseñar programas de instrucción acordes con las necesidades de cada comunidad.

Con las consideraciones anteriores, la idea es, entonces, formar un sujeto desde un orden integral, donde la humanidad que se pretenden desarrollar, según Hopenhayn, M y Ottone E (2000) son las “destrezas básicas como la iniciativa personal, la disposición al cambio, la capacidad de adaptación a nuevos desafíos, el espíritu crítico en la selección y el procesamiento de mensajes, la capacidad de interrelación con interlocutores diversos, entre otros”.

Visto de esta manera, el probable logro de esta formación integral de las personas no depende solo de los agentes educadores (familia, maestros, instituciones) sino también de los educandos, porque en palabras de Morán citado por Hinojosa y Pazmiño (2004) deberán “Desaprender y volver a aprender para hacer una nueva historia como asumir que el poder de una manera hegemónica produce marginación, se habla de un poder servicial, como la unidad en la diversidad. Un cambio personal es dificultoso ha dificultado familias que han sido golpeadas en la cuestión sentimental y autoestima porque cuando de habla de un cambio personal se habla de la reconstrucción del nuevo ser, hay que dar un acompañamiento psicológico, espiritual, todas las técnicas que se conocen para la reconstrucción del este ser humano. Que la persona contemple su situación y desde esa contemplación pueda la recuperación de su naturaleza, no solo del sujeto sino del cosmos, si es que ya se ha dado estas recuperación se puede dar un cambio social, desde allí nos podemos dar crédito que se puede cambiar en la sociedad”.

La tarea de la educación es humanizar, es decir, colocar a los educandos en contacto con las obras de la humanidad (maestros, corrientes de pensamiento, hechos, entre otros) y los valores que ellas representan. Las personas necesitan entre otras cosas aprender a pensar y a razonar, a comparar, distinguir y analizar, a refinar su gusto, a formar su juicio y enriquecer su visión mental.


REFERENCIAS

Argudín, Y (2006) Educación Basada en Competencias. Nociones y Antecedentes. México: Editorial Trillas.

Hinojosa, M y Pazmiño, C (2004) La utopía revivirá para un cambio social. Documento en Línea. Disponible en: http://www.voltairenet.org/es

Hopenhayn, M y Ottone E (2000) El gran eslabón. Buenos Aires: FCE.
Pescador, J (1994) Teoría del Capital Humano: Exposición y Crítica. Buenos Aires: Miño y Dávila.